No elegí nacer mujer. No elegí tener
ovarios, pechos ni unas caderas destinadas a albergar hijos; no elegí que mi
cuerpo cambiara durante la adolescencia para que fuese blanco de tus deseos
hormonales incontrolados y de tu lujuria poco amaestrada. No escogí sangrar
cada mes para vivir con miedo de ser agredida y quedarme embaraza, o por el
contrario, recordar que mis sueños e ilusiones se rompen cada mes con el primer
manchado. No elegí los cánones de belleza que nos establecen cómo ser desde que
empezamos a andar; cánones que nos dicen que para ser una “mujer hermosa”
tienes que: “¡pierde peso en 10 días!” “¡Disimula tus imperfecciones con este
maquillaje revolucionario!” “Te da vergüenza de tus estrías, celulitis o demás
atrocidades de tu cuerpo… ¡elimínalas con esta crema híper carísima que usan
las famosas de tu barrio!”