Parte 1: Todas las mañanas de mi vida.
Cuando abrió los ojos no sabía dónde
estaba. La oscuridad envolvía la habitación donde se encontraba, pero no era su
habitación, de eso estaba segura; descansaba sobre una cama dura, fría y llena
sensaciones perdidas. Mantuvo la respiración durante unos segundos para
escuchar la vida que se producía a su alrededor. En ese estado de alerta, sus
sentidos percibían el más mínimo movimiento, sonido, roce o crujir de muebles
que se produjera, provocándole escalofríos y una tensión propia de las películas
de terror. Escondida entre el sepulcral silencio, escuchó una leve respiración,
relajada, rítmica y muy cercana, esa expulsión de dióxido de carbono le
indicaba que no estaba sola en aquel espacio desconocido; en ese momento no
supo que sentir: si tranquilidad por estar acompañada en aquel lugar o miedo
por no saber quién era ese o esa desconocido que dormía profundamente a su
lado. Lo que sí tuvo claro es que no quería averiguarlo; como bien decía su
madre, a la cual consideraba un refranero viviente, “ojos que no ven, corazón que no siente”. Se levantó lo más
despacio que pudo, evitando hacer movimientos bruscos que le impidieran
rectificar la dirección que tomaban sus pasos y se sentó en el abismo de esa
cama desconocida.
Al levantarse, se dio cuenta que le
faltaba su ropa o al menos parte de esta: sólo llevaba la camiseta blanca con
encaje negro en la zona del pecho y las bragas brasileñas de flores negras y
blancas. Sin embargo, no había rastro de sus medias negras, de su falda negra
de capa, de su sujetador, su chaqueta de piel ni de su bolso. ¿Cómo había
podido quitarse el sujetador en el estado en el que estaba (porque estaba
segura de que iba bastante sobrada de “algo”) sin quitarse la camiseta? Sin
duda, misterios sin resolver de los momentos de calentón nocturnos. Sus ojos ya
estaban acostumbrados a la oscuridad, por lo que pudo distinguir algunos
elementos que componían aquel misterioso lugar. Se encontraba en una habitación
espaciosa con un gran ventanal que en esos momentos estaba cerrado a cal y
canto a cualquier elemento viviente que hubiera en el exterior. En el centro de
la estancia estaba la cama en la que se había despertado, una cama de
matrimonio con cabecero de alforja y sábanas baratas que raspaban y arañaban (¿eran las sábanas o su sentimiento de
repulsión hacía ese lugar y hacía sí misma?). A cada lado de la cama había
dos mesillas de noche; en una de ellas había una pequeña lámpara con pie
metálico y pantalla blanca, y en la otra un pequeño reloj luminoso que marcaban
las 11:37 de la mañana. Junto al gran ventanal había una pequeña mesa de
estudio o al menos eso le pareció, ya que estaba enterrada bajo toneladas de
ropa, libros y un ordenador portátil. Se acercó a la mesa para rebuscar entre
los trozos de tela que estaban por ahí desperdigados, esperando encontrar sus
prendas perdidas y… ¡bingo! Estaba todo en un estado lamentable, pero poco le
importaba ya, lo único que quería era salir de allí tras una bomba de humo cual
ninja.
Tras recoger sus pertenencias, se
dirigió hacía el hilo de luz que vislumbraba al otro lado de la habitación, en
la pared opuesta a la ventana, para llegar a 75% restante de la casa. Cuando
tocó el pomo de la puerta, el corazón martilleaba dentro de su pecho ¿y si
hacía ruido al abrirla? ¿Y si se despierta? ¿Y si quiere desayunar y entablar
conversación? No escarmentaba, cada vez que despertaba en cama ajena
desconocida se decía “es la última vez
que lo hago”; pero era tan atrayente el saber que podía poner a sus pies a
un hombre con solo contonear sus caderas, que la tenía enganchada sin
posibilidad de rehabilitación.
Cuando giró el pomo y abrió un poco la
puerta, aguantó la respiración ante un leve crujido de la madera vieja; “mierda, mierda, mierda…venga, como las
tiritas, si abro rápido, saldré antes y el ruido no se notará”. Y así hizo.
Con un movimiento ágil de muñeca, giró y tiro velozmente y salió sin rozar
apenas el aire. Al otro lado ya de la puerta, fuera de la habitación, respiró
tranquila, esperando que el aire fresco y renovado del resto de la casa, le
llenara los pulmones; sin embargo, lo que percibió fue un olor con cierto matiz
agrio, a sudor, alcohol y otras sustancias corporales no identificadas. ¿Pero
dónde estaba metida? Las ganas de irse de allí aumentaban a cada paso que daba:
el suelo estaba pegajoso, con manchas color caramelo por cada dos baldosas,
vasos de tubo y botellas vacías de Ron tiradas la ropa se amontonaba en las
esquinas y en los pocos muebles que había en el pasillo, creando un paisaje caótico
e ilógico, igual que algunas fotografías de Jeff Wall.
Al lado de la habitación de donde había
salido, había otra cuya puerta encajada no dejaba ver que había en su interior,
por lo que bien podría ser otra estancia vacía o con una pareja, un trío o una
orgía de caniches, o podría ser el baño
de la casa. Pidiendo que fuera la segunda opción, empujó la puerta lo
suficiente para ver una pared llena de azulejos blancos y azules que daban luz
y amplitud a un mini baño compuesto por una placa ducha, un lavabo y un váter
que contenía toda la gama cromática desde el blanco hasta el amarillo dorado,
pero careciendo de todo el glamour que este último pueda parecer. Con un
incremento considerable de las náuseas, entró en el cuarto de baño y cerró
despacio la puerta, no quería que tanto esfuerzo para pasar desapercibida se
jodiera porque alguien la ha visto sentada en el váter leyendo sus últimos
mensajes de whatsapp. Tras cerrar, dejó su ropa en el lavabo intentado que no
tocara más de lo necesario y se dispuso a vaciar su vejiga cuando reparó en su
imagen reflejada en un pequeño espejo empañado de suciedad. Lo que vio no le
sorprendió, pero si la asustó: tenía unas ojeras moradas bajo los ojos que,
acompañadas del rímel corrido, le otorgaban un aspecto de zombie auténtico, el
perfecto carmín rojo habían pasado a ser una mancha rojiza que ocupaba, no solo
sus labios, sino también su barbilla y su nariz. Ya no había rastro de su base
de maquillaje ni de lo coloretes color coral que sonrojaban sus mejillas sin
llegar a convertirla en la máscara del muñeco de la película Saw. Lo único que había sobrevivido al
desenfreno nocturno era su eyeliner mate de Essence, que permanecía intacto
sobre su párpado hinchado. No se sentía orgullosa de sí misma; no recordaba
parte de lo que había pasado la noche anterior, solo le venían imágenes difusas
y confusas en las que se mezclaban bailes, manos y fluidos, nada fuera de lo
común. No podía salir así a la calle, aún le quedaba dignidad, por lo que buscó
gel y con el mayor sigilo que pudo, se quitó del rostro los restos de una noche
anterior.
Tras evacuar los litros de líquido que retenía en su vejiga, se vistió y salió del baño, buscando la salida de aquel piso caótico. La vivienda era diminuta; además de la habitación en la que había dormido y del baño, había un pequeño salón-comedor- cocina que remataba el conjunto de aquel piso sobrevalorado en el mercado de las inmobiliarias. No quiso mirar a su alrededor mientras caminaba hacia la salida, pues su único deseo era escapar de allí y volver a su acogedora casa. Pero algo a su izquierda se movió y, como todo bien sabemos, la curiosidad humana es traicionera y morbosa, por lo que sin quererlo, dirigió la mirada hacía ese bulto que se había movido en el sofá biplaza amarillo situado en el centro del salón. El misterioso "bulto" resultó ser un hombre de unos 30 años y cara de no haber dormido nada en toda la noche; el pelo era castaño y corto y lucía una barba de meses de crianza en tonos rojizos y cobrizos. Él se incorporó un poco en el sofá (una tabla en medio del mar a 40 grados tenía pinta de ser más cómoda) y miró desubicado a su alrededor, topándose con los ojos chocolate de ella, que se había quedado paralizada a medio camino de la puerta presa del pánico de encontrarse un desconocido en un salón desconocido (¿qué ironía, verdad?). En ese instante, y maldiciendo el momento de la noche en la que decidió irse con el chico que dormía en la habitación, corrió hacía la puerta, la abrió y salió a un rellano sombrío que la condujo al mundo real y conocido, donde no había ojos de miel que la juzgaran por sus actos.
Continuará...
Texto: Yolanda Muñoz.
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