"La creatividad es la inteligencia divirtiéndose" (A. Einstein)

lunes, 25 de abril de 2016

LA MIRADA PERFECTA


Parte 1: Todas las mañanas de mi vida.

Cuando abrió los ojos no sabía dónde estaba. La oscuridad envolvía la habitación donde se encontraba, pero no era su habitación, de eso estaba segura; descansaba sobre una cama dura, fría y llena sensaciones perdidas. Mantuvo la respiración durante unos segundos para escuchar la vida que se producía a su alrededor. En ese estado de alerta, sus sentidos percibían el más mínimo movimiento, sonido, roce o crujir de muebles que se produjera, provocándole escalofríos y una tensión propia de las películas de terror. Escondida entre el sepulcral silencio, escuchó una leve respiración, relajada, rítmica y muy cercana, esa expulsión de dióxido de carbono le indicaba que no estaba sola en aquel espacio desconocido; en ese momento no supo que sentir: si tranquilidad por estar acompañada en aquel lugar o miedo por no saber quién era ese o esa desconocido que dormía profundamente a su lado. Lo que sí tuvo claro es que no quería averiguarlo; como bien decía su madre, a la cual consideraba un refranero viviente, “ojos que no ven, corazón que no siente”. Se levantó lo más despacio que pudo, evitando hacer movimientos bruscos que le impidieran rectificar la dirección que tomaban sus pasos y se sentó en el abismo de esa cama desconocida.
Al levantarse, se dio cuenta que le faltaba su ropa o al menos parte de esta: sólo llevaba la camiseta blanca con encaje negro en la zona del pecho y las bragas brasileñas de flores negras y blancas. Sin embargo, no había rastro de sus medias negras, de su falda negra de capa, de su sujetador, su chaqueta de piel ni de su bolso. ¿Cómo había podido quitarse el sujetador en el estado en el que estaba (porque estaba segura de que iba bastante sobrada de “algo”) sin quitarse la camiseta? Sin duda, misterios sin resolver de los momentos de calentón nocturnos. Sus ojos ya estaban acostumbrados a la oscuridad, por lo que pudo distinguir algunos elementos que componían aquel misterioso lugar. Se encontraba en una habitación espaciosa con un gran ventanal que en esos momentos estaba cerrado a cal y canto a cualquier elemento viviente que hubiera en el exterior. En el centro de la estancia estaba la cama en la que se había despertado, una cama de matrimonio con cabecero de alforja y sábanas baratas que raspaban y arañaban (¿eran las sábanas o su sentimiento de repulsión hacía ese lugar y hacía sí misma?). A cada lado de la cama había dos mesillas de noche; en una de ellas había una pequeña lámpara con pie metálico y pantalla blanca, y en la otra un pequeño reloj luminoso que marcaban las 11:37 de la mañana. Junto al gran ventanal había una pequeña mesa de estudio o al menos eso le pareció, ya que estaba enterrada bajo toneladas de ropa, libros y un ordenador portátil. Se acercó a la mesa para rebuscar entre los trozos de tela que estaban por ahí desperdigados, esperando encontrar sus prendas perdidas y… ¡bingo! Estaba todo en un estado lamentable, pero poco le importaba ya, lo único que quería era salir de allí tras una bomba de humo cual ninja.
Tras recoger sus pertenencias, se dirigió hacía el hilo de luz que vislumbraba al otro lado de la habitación, en la pared opuesta a la ventana, para llegar a 75% restante de la casa. Cuando tocó el pomo de la puerta, el corazón martilleaba dentro de su pecho ¿y si hacía ruido al abrirla? ¿Y si se despierta? ¿Y si quiere desayunar y entablar conversación? No escarmentaba, cada vez que despertaba en cama ajena desconocida se decía “es la última vez que lo hago”; pero era tan atrayente el saber que podía poner a sus pies a un hombre con solo contonear sus caderas, que la tenía enganchada sin posibilidad de rehabilitación.
Cuando giró el pomo y abrió un poco la puerta, aguantó la respiración ante un leve crujido de la madera vieja; “mierda, mierda, mierda…venga, como las tiritas, si abro rápido, saldré antes y el ruido no se notará”. Y así hizo. Con un movimiento ágil de muñeca, giró y tiro velozmente y salió sin rozar apenas el aire. Al otro lado ya de la puerta, fuera de la habitación, respiró tranquila, esperando que el aire fresco y renovado del resto de la casa, le llenara los pulmones; sin embargo, lo que percibió fue un olor con cierto matiz agrio, a sudor, alcohol y otras sustancias corporales no identificadas. ¿Pero dónde estaba metida? Las ganas de irse de allí aumentaban a cada paso que daba: el suelo estaba pegajoso, con manchas color caramelo por cada dos baldosas, vasos de tubo y botellas vacías de Ron tiradas la ropa se amontonaba en las esquinas y en los pocos muebles que había en el pasillo, creando un paisaje caótico e ilógico, igual que algunas fotografías de Jeff Wall.
Al lado de la habitación de donde había salido, había otra cuya puerta encajada no dejaba ver que había en su interior, por lo que bien podría ser otra estancia vacía o con una pareja, un trío o una orgía de caniches, o  podría ser el baño de la casa. Pidiendo que fuera la segunda opción, empujó la puerta lo suficiente para ver una pared llena de azulejos blancos y azules que daban luz y amplitud a un mini baño compuesto por una placa ducha, un lavabo y un váter que contenía toda la gama cromática desde el blanco hasta el amarillo dorado, pero careciendo de todo el glamour que este último pueda parecer. Con un incremento considerable de las náuseas, entró en el cuarto de baño y cerró despacio la puerta, no quería que tanto esfuerzo para pasar desapercibida se jodiera porque alguien la ha visto sentada en el váter leyendo sus últimos mensajes de whatsapp. Tras cerrar, dejó su ropa en el lavabo intentado que no tocara más de lo necesario y se dispuso a vaciar su vejiga cuando reparó en su imagen reflejada en un pequeño espejo empañado de suciedad. Lo que vio no le sorprendió, pero si la asustó: tenía unas ojeras moradas bajo los ojos que, acompañadas del rímel corrido, le otorgaban un aspecto de zombie auténtico, el perfecto carmín rojo habían pasado a ser una mancha rojiza que ocupaba, no solo sus labios, sino también su barbilla y su nariz. Ya no había rastro de su base de maquillaje ni de lo coloretes color coral que sonrojaban sus mejillas sin llegar a convertirla en la máscara del muñeco de la película  Saw. Lo único que había sobrevivido al desenfreno nocturno era su eyeliner mate de Essence, que permanecía intacto sobre su párpado hinchado. No se sentía orgullosa de sí misma; no recordaba parte de lo que había pasado la noche anterior, solo le venían imágenes difusas y confusas en las que se mezclaban bailes, manos y fluidos, nada fuera de lo común. No podía salir así a la calle, aún le quedaba dignidad, por lo que buscó gel y con el mayor sigilo que pudo, se quitó del rostro los restos de una noche anterior.
Tras evacuar los litros de líquido que retenía en su vejiga, se vistió y salió del baño, buscando la salida de aquel piso caótico. La vivienda era diminuta; además de la habitación en la que había dormido y del baño, había un pequeño salón-comedor- cocina que remataba el conjunto de aquel piso sobrevalorado en el mercado de las inmobiliarias. No quiso mirar a su alrededor mientras caminaba hacia la salida, pues su único deseo era escapar de allí y volver a su acogedora casa. Pero algo a su izquierda se movió y, como todo bien sabemos, la curiosidad humana es traicionera y morbosa, por lo que sin quererlo, dirigió la mirada hacía ese bulto que se había movido en el sofá biplaza amarillo situado en el centro del salón. El misterioso "bulto" resultó ser un hombre de unos 30 años y cara de no haber dormido nada en toda la noche; el pelo era castaño y corto y lucía una barba de meses de crianza en tonos rojizos y cobrizos. Él se incorporó un poco en el sofá (una tabla en medio del mar a 40 grados tenía pinta de ser más cómoda) y miró desubicado a su alrededor, topándose con los ojos chocolate de ella, que se había quedado paralizada a medio camino de la puerta presa del pánico de encontrarse un desconocido en un salón desconocido (¿qué ironía, verdad?). En ese instante, y maldiciendo el momento de la noche en la que decidió irse con el chico que dormía en la habitación, corrió hacía la puerta, la abrió y salió a un rellano sombrío que la condujo al mundo real y conocido, donde no había ojos de miel que la juzgaran por sus actos.
 
Continuará...
 
Texto: Yolanda Muñoz.

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