Era una mañana de primavera en toda
regla: el sol brillaba con una fuerza que deslumbraba a todo aquel que miraba a
un cielo con un azul intenso y limpio de nubes. Días atrás habían sufrido un
temporal de frío, viento y lluvia que dejó la ciudad llena de cicatrices y de
recuerdos de la naturaleza; árboles caídos, carreteras erosionadas y charcos
que intentaban ser lagos salpicaban el paisaje urbano. Mirando por la ventana
esa mañana, parecía que todo lo pasado los días anteriores era un pasaje de un
libro de ficción.
Golpeando con el bolígrafo sobre la
superficie de su mesa, miraba por la ventana con la melancolía propia de un
preso. Había perdido la noción de los días
¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Desde cuándo no salía? ¿Por qué seguía ahí?
Con un suspiro que abarcó todo el aire de la pequeña habitación, despertó de
sus pensamientos y siguió estudiando.
Hacía dos años que había terminado la carrera de psicología y se encontraba inmersa en la preparación de sus oposiciones para formar parte de los Equipos de Orientación Educativa. Desde que tenía uso de razón, le había llamado mucho la atención el comportamiento humano, el por qué unas personas actúan de una forma ante una situación y por qué otras de una manera totalmente opuesta. El comportamiento humano era fascinante. Por eso, cuando llegó el momento de decir qué camino coger, se decantó por el estudio de la mente humana.
Hacía dos años que había terminado la carrera de psicología y se encontraba inmersa en la preparación de sus oposiciones para formar parte de los Equipos de Orientación Educativa. Desde que tenía uso de razón, le había llamado mucho la atención el comportamiento humano, el por qué unas personas actúan de una forma ante una situación y por qué otras de una manera totalmente opuesta. El comportamiento humano era fascinante. Por eso, cuando llegó el momento de decir qué camino coger, se decantó por el estudio de la mente humana.
Aquel día, como todos desde hacía unos
meses, había madrugado para poder empezar temprano a estudiar. Su rutina se
había afianzado tanto en su día a día, que ya era autómata: se levantaba a las
7:30 de la mañana, tachaba el día en el calendario, saludaba a su hámster
Chewaka (se llamaba así porque le encantaba la Guerra de las Galaxias y el
animal era una pequeña bola de pelo con ojos) y se iba a la ducha. Al salir de
ésta, desayunaba con su madre (desayuno que consistía en cereales, zumo de
naranja y un yogurt desnatado), recogía su habitación y acto seguido se
encerraba en ella para iniciar una dura jornada de estudio.
Ese pequeño espacio era el único lugar
de la casa que sentía suyo. Esas cuatro paredes la habían visto reír, llorar,
anhelar, odiar, amar, soñar…pero también entre ellas había dejado de sentir. En
algunos momentos de su vida simplemente se había vaciado de emociones e intentaba
dejar de pensar, dejar que el tiempo pasara y se llevara todo lo que le quemaba
por dentro. Pero eso nunca pasaba; cuando despertaba, sabía que un día nuevo se
iniciaba, pero que el dolor y el sufrimiento seguían de compañeros de
habitación.
Aquel día, cuando se sentó en su
escritorio frente a los papeles que tenía que tatuar en su memoria, echó un
breve vistazo a los post it que tenía en el marco del corcho: “hoy estás más guapa que nunca”, “el único
obstáculo entre tu sueño y tú, eres tú mismo”, “el miedo es una muralla que
separa lo que eres de lo que podrías llegar a ser”, y así varias citas que
la ayudaban a sobrellevar las tediosas horas de estudios que le esperaban.
Aunque si es cierto que a medida que avanzaba el día, necesitaba mirar con frecuencia
los auto mensajes que se había dedicado porque dudaba de todo, de su capacidad,
de sus posibilidades y de todo el trabajo que ya llevaba hecho. Y así, con el
mantra mental positivo, iniciaba el estudio.
Pero ese cielo azul inmaculado que la acompañaba desde su ventaba, empezó a nublarse repentinamente a medida que se acercaba el medio día. O al menos eso le parecía a ella. Aún con el sol brillando, escuchó tormentas amenazantes cuando oyó la llave en la puerta de la calle... (continuará)
Texto e imagen: Yolanda Muñoz.
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