"La creatividad es la inteligencia divirtiéndose" (A. Einstein)

domingo, 30 de noviembre de 2014

COMPORTAMIENTO HUMANO (el final)


“Ya está aquí”, pensó. Es impresionante como un sonido tan simple, como es el tintineo de unas piezas metálicas chocando, puede provocar tantas sensaciones. Cada día, eso ruido en la puerta era el indicador de que tenía que dejar de estudiar para almorzar, para tensar cada músculo de su cuerpo, para fingir que todo está bien y que todo es perfecto. Perfecto… ¿qué hay perfecto? ¿La vida? ¿El trabajo? ¿Los amigos? ¿Las personas? Ese término tan difuso era usado con tanta frecuencia, que a veces lo desconocido y superficial lo transformamos en perfecto por miedo a perder lo que tenemos.

             Ese día, el golpe de la puerta fue más fuerte de lo habitual, más ronco, más duro, más destructivo. Unos pasos se acercaban por el pasillo, pasos decididos y profundos que marcaban día a día las cicatrices en unos corazones muertos. Ella, en su habitación, cerró los ojos y pidió a quien tuviera poder para conceder deseos, que fuese un día de los buenos; su madre desde la cocina pidió ser invisible.
Cuando abrió la puerta de su dormitorio todo era silencio, calma previa a la tempestad. Se dirigió a la cocina para ayudar a poner la mesa y con una mirada tímida, le transmitió a su madre todo el cariño y amor que le tenía. ¿Cómo no iba a quererla si le había dado la vida? Gracias a ella estaba donde estaba, era quien era y seguía luchando por la vida, una vida que desde hacía mucho, estaba vacía. Nunca había tenido amigos íntimos en los que confiar, de esos con los que puedes llevarte horas hablando de temas tan diversos e importantes que te vacían y llenan el alma al mismo tiempo. Tampoco había tenido pareja; no confiaba en los hombres, no confiaba en las mujeres, no se fiaba ni de su propia sombra, pues incluso ésta la abandonaba cuando venía la oscuridad. Su madre, podría decir, había sido su única compañera de guerra, y eso acaba uniendo a las personas más que los lazos de sangre.
Todo el proceso del montaje de la mesa se produjo en silencio, casi sin respirar por miedo a romper la calma presente. Sin embargo, el destino es tan juguetón, que aunque nosotros evitemos la sucesión de acontecimientos, él se encarga de provocar situaciones inevitables.
-          ¿Aún no está la comida? Joder, me llevo toda la mañana trabajando y llegó aquí y ni una cerveza tengo para relajarme. Qué asco…
A mitad de un pasillo de apenas 2 metros, madre e hija se quedaron paradas en seco al escuchar esas palabras. Hoy no era un día bueno. Ambas se sentaron en la mesa con los platos de comida llenos delante de ellas. Le pusieron su ración a él y empezaron a comer. Solo se escuchaba la dulce voz de la presentadora de las noticias, pregonando titulares sobre la crisis, la corrupción, enfermedades contagiosas y mortales o temporales al otro lado del mundo que dejaba desolación a su paso. Todo era negativo; el mundo se moría y nadie hacia nada para evitarlo, nadie se revelaba contra el sistema, nadie se manifestaba, todos miraban hacia otro lado y seguían comiendo de sus platos llenos de preocupaciones. Harta de escuchar la negatividad mundial, cogió el mando de la tele y se dispuso a cambiar. “¿Se puede saber qué haces? ¿Quién te ha dado permiso para cambiar de canal, en? ¡¿Quién?!”, dijo él. En ese momento, empezó el proceso del pánico: temblor, sudor, mutismo…miedo. “Sólo iba a cambiar la tele, no tienes por qué hablarle así”, la defendió su madre, como siempre. Y fue en ese preciso momento cuando la tormenta que se había ido formando desde que sonaron las llaves en la cerradura de la puerta, se desató. Se produjeron una sucesión de gritos, de insultos, vejaciones, faltas de respeto que podría dejar mudo al más vulgar de los seres. Llovieron lágrimas, cayeron muebles y se inundó el alma de dos mujeres que desde hacía demasiados años eran víctimas de demasiadas tormentas.
Pero después de la tormenta viene la calma. Una calma que se produjo cuando la puerta volvió a cerrarse tras él. Fue entonces cuando madre e hija compartieron uno de los momentos más íntimos que tenían: el llanto desgarrador y desahogado. No sabían el por qué, no sabían qué, no recordaban el cuándo del inicio de esa situación tan humillante y envenenada que las iba matando en vida, solo sabían que cada día empeoraba y ellas lo permitían.
-         “Mamá, no podemos seguir así, esto no es vida. Está acabando con nosotras y no es justo. No hemos hecho nada para merecernos tanto dolor y ese trato tan, tan…indiferente. Por favor, busquemos ayuda, las dos; sola no puedo hacer esto”.

-         Nena, sí que hemos hecho algo: existir. Quizás, si dejara de vivir, todo se arreglaría y sería feliz. Él no es malo, nos quiere, a su manera, pero nos quiere. Es sólo que…en el trabajo está muy estresado, no sabe si lo van a despedir y lo está pasando mal. Debemos ser más pacientes y todo se arreglará, ya lo verás.
Y con esas palabras, su madre acabó de sepultar los restos que quedaban de su corazón. Se quedó sin palabras al oír la contestación; sólo pudo secarse las lágrimas y decirle que iba a descansar un rato antes de seguir estudiando. Volvió taciturna a su pequeño santuario, cerró la puerta y dejo caer su cuerpo sobre la cama. Seguía perpleja ante las palabras de su madre; “nos quiere, a su manera”, vaya amor más duro, vaya cariño más doloroso, vaya sentimiento tan abstracto y borroso. Fue en ese instante cuando decidió que ya no quería más, no podía más. Ansiaba ser libre, volar lejos y olvidar su pasado y su presente y construir un futuro sin golpes, sin gritos, sin insultos y sin nadie que le dijera lo poco que valía. Echa un ovillo en su habitación, eligió dejar de sentir, dejar de pensar, dejar de luchar y de sobrevivir…eligió dejar de vivir.
 
 
 
Imagen: Rubén Merino Rosado.
Texto: Yolanda Muñoz Clavo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario