Pasadas unas semanas, repetida la
mamografía y otras miles de pruebas, regresaron a la consulta del ginecólogo.
En esa ocasión, fueron ellos los que dejaron impregnados sus asientos de espera,
de tristeza, miedo e incertidumbre. “Pobre
el que se siente aquí luego”, pensó. Y seguidos de una estela de sentimientos
confusos, entraron en la consulta, la cual había perdido esa áurea de esperanza
para transformarse en una cueva oscura y fría donde un monstruo los esperaba
con todo tipo de aparatos que rozaban la tortuosidad.
-
Bien,
los resultados de las pruebas que le hemos vuelto hacer, indican…- el médico
suspiró y miraba a los pacientes impacientes y los documentos temblorosos de
sus manos.
-
¿Sí?
¿Qué dicen los resultados doctor? Por favor diga algo, esta espera nos está
matando- su marido taconeaba con el pie izquierdo en el suelo, nervioso, casi
taquicárdico. Ella seguía en silencio mirando al ginecólogo.
-
Hay
un tumor. Es muy pequeño, pero no podemos arriesgarnos a que se propague o se
haga más grande. La solución es…operar. Quitaremos esas células, las analizaremos
y posteriormente tomaremos una decisión en función de los resultados.
-
¿Operar?
¿No hay otra solución menos…menos…traumática? No sé, es intervenir en una zona
muy delicada e importante de la mujer, doctor ¿puede ser un poco traumático, no
cree? ¿No podemos saber si no es maligno sin…
-
Cállate
ya la boca por favor. – le interrumpió ella- Es un tumor, dentro del pecho,
¿Cómo quieres que me lo quiten, con una tirita? Además, es mi cuerpo, mi pecho,
mi tumor, creo que tengo derecho a opinar y a decidir sobre él ¿no?
Ambos, médico y esposo se quedaron
sin palabras, mudos ante la reacción de la mujer. Ella, que siempre era muy
correcta, amable y tranquila, explotó con una ira que no le correspondía. Pero
es que ya estaba harta de que los demás decidieran por ella: sus padres al
matricularla en aquel colegio, sus amigas al emparejarla con el chulo e
insensible del instituto, su marido al querer tener un hijo/a y ahora el médico
al decirle que tenía que operarse por un tumor que la había invadido cual ocupa
sin hogar.
-
Si
operarme es la solución, me operaré. Me someteré a cualquier tratamiento que
sea necesario con tal de eliminar esas células. No quiero que mi vida se pare
ni se acabe así. Yo soy más fuerte que un maldito cáncer.
Y así, con esa determinación, con
lágrimas retenidas en sus ojos y con la esperanza puesta en unos instrumentos
quirúrgicos y en las experimentadas manos de un desconocido, entró en un
congelado quirófano para salir, cuatro horas después, anestesiada
emocionalmente. Poco duró su estancia en el hospital, afortunadamente. A los
dos días de la intervención volvió a su hogar, aquel lugar donde ponemos
nuestros sueños y pesadillas, nuestras ilusiones y desencantos, nuestras
esperanzas y nuestras decepciones. Y allí pasó los días, recuperándose de una
herida cercana a su corazón, una herida que le marcaba ya un antes y un después
en su mundo “Si antes vivía la vida al
máximo, ahora voy a explotarla”, decía con una sonrisa.
Y llegó el día en el que les daban
los resultados de las pruebas post operación. “¿Serán malas las noticias? ¿Será un tumor maligno? ¿Tendré que darme
quimioterapia?” Miles de pensamientos circulaban sin frenos por su mente,
esperando a estamparse contra un muro o a reducir la velocidad para pasearse
por las carreteras de su cuerpo. No tardaron en entrar en la consulta del
ginecólogo (¿Cuántas veces he venido ya
aquí?) y al sentarse en esas sillas cómodas para situaciones incómodas,
sintió en una atmósfera diferente, menos tensa, menos dura, más fluida.
-
Bueno,
pues aquí estamos otra vez, ¿Cómo se encuentra?
-
Bien,
bien- se quedó en silencio, un silencio
que imploraba respuestas.
-
Pues
vamos al grano, que no han venido ustedes aquí para ver mi cara bonita- el
médico sonrió intentando destensar esos cuerpos rígidos que tenía delante- Las
diferentes pruebas que hemos realizado son muy…satisfactorias. Las células que
le quitamos eran un foco muy pequeño que hemos cogido a tiempo y que no le
dimos la oportunidad de expandirse. Además, afortunadamente, no eran malignas,
por lo que usted va a gozar de una salud de hierro de aquí a la eternidad,
casi.
Un mutismo se extendió por toda la
sala. Todo estaba bien, no era nada malo, no la estaba comiendo por dentro…no
lo podía creer. Tanto sufrimiento, tanto dolor, tantas lágrimas derramadas que
ahora carecían de sentido; tantas noches sin dormir por el dolor que le
provocaba la herida, tantos días en casa sin trabajar, sin salir, sin
vivir…pero ya no le importaba ¡Estaba sana! Y fue entonces cuando sonrió de
verdad, esas sonrisas que empiezan tímidas en los labios, suben hasta los ojos
y luego explotan en carcajadas sin control. ¡Estaba sana!
-
Me
alegro que haya reaccionado así, hay gente que llora, pero creo que la risa es
mucho más sana que deshidratarse por los ojos. Sin embargo, hay algo que debo
decirle- la risa echo el freno de mano y escucho con miedo- Aunque este sana,
las probabilidades de que las células se reproduzca existen. No es necesario
darle quimioterapia, si es lo que está pensando. Al ser un tumor muy pequeño y
que apenas ha afectado las zonas próximas, vamos a mandarle un tratamiento que
deberá tomar a diario durante 3 años. Además, creo conveniente que reciba
radioterapia. Tranquila, es menos invasivo, doloroso y evidente que la
quimioterapia; lo máximo que le sucederá es pequeñas quemaduras en la zona
donde se le aplique o pérdida de vello en las zonas próximas
Y así, con los deberes aprendidos y la emoción de nuevo en sus cuerpos, se marcharon unidos de las manos y en alma, a su hogar. Pasaron los días y se volvió a incorporar a su trabajo; pasaron los meses y volvieron a vivir su intensa rutina; pasó un año y echaron la vista atrás, recordando momentos duros y momentos felices, momentos que les parecían imposibles de superar y otros que no sucedieron...Y después de 365 días ella cayó en la cuenta de que había algo que faltaba en su rutina, algo con lo que había convivido desde los diez años. Con manos temblorosas, impacientes, abrió la caja, realizó el proceso que tan acostumbrada estaba hacer y esperó. Y al cabo de cinco minutos ahí estaba, lo que había esperando desde hacía años, lo que ansiaba sobre todas las cosas: las dos rayas del predictor le decía que estaba embarazada.
Fotografía: Rubén Merino.
Texto: Yolanda Muñoz.
preciosa historia!! magnífico relato!! muy emocionante y emocional!!
ResponderEliminarpreciosa historia!! magnífico relato!! muy emocionante y emocional!!
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